domingo, 24 de abril de 2011

LA ENCARNACION


«La encarnación nunca pretendió ser una trampa. Nunca pretendió ser eterna. Era simplemente un juego en el cual participar, una nueva aventura en la exploración de la creatividad y de la vida. Pero tú te perdiste rápidamente en los sentidos del cuerpo, y tu cuerpo se convirtió en la totalidad de tu identidad. Te volviste tan inmerso en la materia de este plano que te convertiste en el hombre inseguro, atemorizado, el hombre vulnerable, el elemento mortal, porque olvidaste la poderosa esencia que vive dentro de ti.» Ramtha.
Hubo un tiempo en el que el hombre conocía su herencia y su linaje; conocía a Dios, no como una esencia ajena a su ser, sino como el Ser sublime de vida y pensamiento continuo que era la misma fuerza vital de su Yo divino y eterno. Hubo un tiempo en que el hombre sabía esto; erigió grandes pirámides para que se mantuvieran en pie a través de los tiempos y recordaran a la humanidad del «fuego interior», del Dios dentro del hombre.
A pesar de todo lo que ha ocurrido en el curso de la historia, esas pirámides aún permanecen como símbolos de la grandeza y la divinidad del hombre. En los principios del hombre sobre este plano, cuando aún sabía que él era Dios, vivía en el mismo cuerpo durante miles de años, porque el poder que daba al cuerpo inmortalidad era la pureza del pensamiento ilimitado que el hombre expresaba en su estado de ser.
El hombre, Dios-hombre, empezó a olvidar que él era Dios incluso en su primera experiencia de vida sobre este plano. ¿Por qué? Porque amaba este maravilloso jardín de juegos en materia; y experimentar y crear aquí se convirtió en todo lo que realmente importaba. Y en sus esfuerzos por expresar su creatividad aquí —y mantener el vehículo que le permitía hacer esto— el hombre, la magnífica criatura de procesos de pensamiento ilimitado, empezó a experimentar los pensamientos limitados de supervivencia, celos y posesión.
El ser del hombre —su alma y espíritu— es eterno. "Nada podrá nunca cambiar eso. Pero el cuerpo que los dioses crearon para sí de la arcilla de la tierra, es vulnerable a los pensamientos del ser inmortal que lo ocupa. Cualquier pensamiento que el hombre acepte y se permita sentir, se manifestará en el cuerpo, pues el cuerpo es la última parte del reino del hombre y está apoyado por los procesos de pensamiento del dios que lo habita.
Cuando el Dios-hombre empezó a experimentar las actitudes de supervivencia, empezó a reducir su poder de pensamiento que activaba la fuerza vital eterna dentro del cuerpo. Así, el cuerpo empezó a sucumbir. Cuando el cuerpo empezó a fallar, disminuyó la capacidad del hombre de razonar a través de su cerebro. Cuando el hombre empezó a perder su poder de razonar, el miedo empezó a invadir su conciencia. Y cuando el elemento del miedo se convirtió en una actitud dentro de los procesos de pensamiento del hombre, el cuerpo empezó a sufrir la fuerza y los efectos del miedo: malestar, enfermedad, muerte.
Aunque las primeras civilizaciones en vuestro plano estaban dotadas de una gran iluminación, lo ilimitado de sus procesos de pensamiento empezó a debilitarse hasta la limitación a través de la expectativa de la muerte y las actitudes de supervivencia. Esas actitudes de supervivencia, que surgieron del miedo a la muerte, se transmitirían a las generaciones futuras en forma de lo que se llama instintos de supervivencia; pues cualquier cosa que el hombre piensa se convierte en un patrón dentro de sus estructuras genética y celular.
Los dioses entraron en las limitaciones de la materia a causa del deseo de experimentar su creatividad a través de la forma corporal. Pero cuando los dioses, como hombre, experimentaron actitudes de limitación sobre este plano, se quedaron, sin darse cuenta, encerrados en la experiencia corporal. Pues cuando cada dios experimentó la muerte de su primer cuerpo, entró en lo que se llama un vacío. Este vacío era un lugar, una dimensión de luz, no formaba parte de un entendimiento consciente de «Dios-conocedor de todo» ni del plano de la materia. El dios ya no podía volver al plano del pensamiento ilimitado, pues ahora guardaba dentro de sus procesos de pensamiento la alteración de actitudes limitadas.
Para continuar avanzando en la vida, y ya que encontraba este jardín de juegos en materia una experiencia maravillosa, el dios estaba muy ansioso de volver aquí. Así que volvía en otro cuerpo a través de la semilla de su propia descendencia, para continuar expresándose en materia y conciliar todos los pensamientos limitados que había permitido que alteraran sus procesos de pensamiento en la vida anterior. Pero al experimentar más los aspectos materiales de este plano, el dios experimentó mayor alteración y se hundió más profundamente en la limitación. De esta forma empezó el ciclo de reencarnación sobre el plano de la demostración.
A medida que los dioses volvían aquí como hombres, una y otra vez, para poder continuar sus aventuras en la vida, este plano se convirtió gradualmente en su concepto total de la vida, y ellos olvidaron su linaje y su divinidad. Dejaron de concebir a Dios como la totalidad, todos los pensamientos. Perdieron el conocimiento de que podían volver, si lo deseaban, al plano del pensamiento puro, del ser ilimitado, el plano de conciencia sobre el que se habían expresado desde un principio. Dedujeron que sólo podían experimentar esferas limitadas, pensamientos limitados. Así, emergieron otros planos de conciencia expresada, lo que se llama cielos limitados, esferas limitadas. Allí, después de la muerte del cuerpo, las entidades que habían olvidado el más grande y simple de todos los planos podían experimentar la vida de acuerdo con su felicidad y con las actitudes de su pensamiento colectivo.
Cuando los dioses, como hombre, dejaron de saber que eran divinos e inmortales, y que todo el poder y todo el conocimiento habitaban verdaderamente dentro de ellos, comenzaron a ser vulnerables a los egos de aquellos a su alrededor. Pronto, surgieron entidades que buscaban elevarse por encima de las otras diciendo que sólo ellas, a través de sus poderes místicos y de su inmensurable fuente de conocimiento, poseían el entendimiento de Dios. Como el hombre se había convertido en una criatura atemorizada, una criatura que seguía al rebaño, estos videntes, profetas y oráculos buscaron acrecentar su poder proclamando profecías de fatalidad y peligro. Y si la gente no prestaba particular atención a lo que los videntes tenían que decir, ellos proclamaban maldiciones y amenazas de condena.
Así nació la religión sobre este plano, para separar más al hombre de su belleza interna, su Dios eterno. Y la religión era muy astuta porque no tenía que gobernar y mandar sobre las gentes con la espada, sólo tenía que perpetuar la enseñanza de que Dios no estaba a su alcance; que el conocimiento y el poder sobre todas las cosas no estaban dentro de ellos.
Ahora, el alma es memoria eterna. Ella recuerda todas las experiencias de todas las vidas. Cualquier cosa que se le diga al hombre lo suficiente —no importa lo alterado que sea un entendimiento— a la larga se convertirá en una firme realidad. Pues el hombre, el tímido buscador de la verdad, deseando tan desesperadamente ser aceptado, escuchará cualquier disparate. Así que si tú le dices al hombre tantas veces como sea necesario que Dios está fuera de él, y que él es miserable y malvado en su alma, estos pensamientos se convierten en entendimientos inquebrantables dentro de la memoria del alma del hombre, y serán muy difíciles de cambiar. Y eso es precisamente lo que ha estado ocurriendo durante miles de años sobre este plano. Estas entidades simples, regresando de una vida a la otra, cayeron continuamente bajo los auspicios de estas enseñanzas. Y llegaron a estar tan condicionados por el entendimiento de que ellos eran malvados y que Dios estaba fuera de sus seres, que llegaron a aceptar, absolutamente, que ellos eran cualquier cosa menos divinos; y que la única manera de conocer a Dios, de volver a Dios, era por medio del gobierno de profetas y sacerdotes y organizaciones religiosas.
Cuando el hombre dejó de aceptar su propio saber interior como la esencia de la verdad, renunció a su soberanía y poder y se convirtió en una parte de la masa colectiva, lo que permitió a religiones y gobiernos de todas las épocas gobernar a la gente como si se tratara de una sola entidad. Pero no lo son. Todos son dioses únicos con destinos únicos que satisfacer y aventuras que experimentar. El hombre tiene derecho a sus aventuras.
Cuando el hombre aceptó la enseñanza de que es miserable y pecador, y que el Padre está fuera de él, se apartó completamente de Dios. Y es ese entendimiento y el aceptar esa creencia lo que ha devuelto al hombre al cuerpo una y otra vez. Pues mientras el hombre abrigue el pensamiento de

que él es todo menos divino, de que el Padre no está dentro de él, está condenado, en cierto sentido, a nacer un millón de veces, hasta que se dé cuenta su divinidad y viva, otra vez, en un estado de ser.

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